Leonor Oyarzún Ivanovic

(10 de marzo de 1919 – 21 de enero 2022)

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Leonor Oyarzún fue, antes que todo, una chilena comprometida con su tiempo. Mujer sensible, abierta y sencilla. Soporte fundamental para su marido y su familia. Representante de las mujeres chilenas que con sus valores y acciones han contribuido a crear una sociedad más justa, solidaria y digna.

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Leonor Oyarzún Ivanovic nació el 10 de marzo de 1919, en Curicó. Hija mayor de Manuel Oyarzún Lorca y de Anita Ivanovic Roccatagliata, vivió los primeros años de su infancia en Antofagasta, donde su padre, abogado y profesor de castellano, se desempeñaba como rector del Liceo de Hombres. En 1929 don Manuel fue nombrado primer síndico general de quiebras en Santiago, y la familia se trasladó a vivir a la capital.

Alta y delgada, reflexiva y buena alumna, Leonor cursó sus humanidades en el Liceo N°3 de niñas, ubicado en el viejo edificio de calle Manuel Rodríguez al llegar a la Alameda.

Su padre murió cuando ella tenía 18 años y la menor de las cinco hermanas Oyarzún Ivanovic, tan solo 6 años. Leonor debió entonces afrontar con su madre la responsabilidad de mantener a la familia, ayudando en las tareas domésticas y haciendo trabajos de costura.

Las 6 mujeres vivían en una casa en calle Echaurren y sus veranos transcurrían en una vieja casona de campo en Santa Cruz. Sus años de niñez y juventud estuvieron marcados por la vida campesina en tierras colchagüinas. Amante de la naturaleza y de la lectura, en especial de las novelas históricas, Leonor fue siempre una mujer inquieta intelectualmente y con una fuerte vocación por la acción social.  

En 1947, leyendo un ejemplar de la revista “Política y Espíritu”, le llamó la atención un artículo escrito por un entonces joven Patricio Aylwin. Bajo el título “La verdad sobre el carbón”, el autor describía la miseria y el dolor que enfrentaban los mineros del sector. Leonor se sintió fuertemente impresionada y quiso conocer a Patricio. Así, gracias a una amiga en común, ambos se encontraron en una fiesta a fines de 1947. Se casaron el 2 de octubre de 1948 en la Iglesia de Las Agustinas, compartiendo sus vidas durante más de 67 años.

En un comienzo, el joven matrimonio vivió en la casona de la familia Aylwin Azócar, en San Bernardo. Se trasladaron luego a Santiago, a una casa en la comuna de Ñuñoa, donde nacieron Mariana, Isabel, Miguel Patricio y José Antonio. Más tarde, en 1956, se instalaron en la casa de calle Arturo Medina, completándose la familia con el nacimiento de Francisco.

Una “casa puertas abiertas”, como ella la llamaba, refugio de sus hijos, nietos y bisnietos. Un lugar de encuentro, donde Leonor siempre recibía contenta a quien quisiera visitarla, compartiendo un plato de comida casera y una buena conversación. Una casa en que el jardín tenía un lugar muy especial, y en torno al mítico magnolio, crecían las rosas, las camelias y las buganvillas que tanto disfrutaba.

Mujer de fe y con una fuerte vocación social, cuando era joven participó en la Juventud Estudiantil Católica, JEC, de la que fue vicepresidenta para la arquidiócesis de Santiago. En más de una ocasión Leonor afirmó: “He aprendido de la política a través de mi marido… pero la verdad es que siempre mi vocación ha sido la acción social”, la que desde joven buscó cumplir en la población San Gregorio, colaborando con las pobladoras que comenzaban a organizarse en cooperativas de trabajo.

Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, Leonor fue una de las fundadoras y la primera vicepresidenta de Cema, institución que organizó a las mujeres en centros de madres.

Siempre interesada en la promoción de la mujer, en 1967 ingresó a estudiar al Instituto Carlos Casanueva, titulándose de orientadora familiar y juvenil. En 1974, junto a otras egresadas, formó el grupo Crecer, dedicándose por más de 15 años al trabajo con mujeres de sectores vulnerables en Santiago.

El 11 de marzo de 1990, día en que su marido asumió la Presidencia de la República tras 17 años de dictadura, Leonor fue testigo de cómo renacía nuevamente la solidaridad y el empeño por construir una nueva sociedad. “Se puso énfasis en que los ciudadanos vivieran en una patria que los acogiera, que fueran parte de un territorio donde el respeto y la preocupación del gobierno que el pueblo escogió libremente, le abriera senderos de recuperación.”

Cercana a las personas, pero lejana a cualquier protagonismo, desechó el título de “Primera Dama”, ya que se consideraba “una mujer chilena, como cualquier otra”, que tenía el desafío de aportar a que el Gobierno de la Transición respondiera a las expectativas que había generado entre los chilenos.

Durante los cuatro años de gobierno, Leonor Oyarzún asumió diversas tareas orientadas a los niños, la mujer y la familia. Se hizo cargo de Funaco (Fundación Nacional de Ayuda a la Comunidad), transformándola en la Fundación Nacional para el Desarrollo Integral del Menor, Integra, profesionalizando su labor y enfocándola en la educación inicial de niños de dos a seis años de familias de extrema pobreza, incorporando entre ellos a menores discapacitados y provenientes de diversas etnias. “La instauración de Integra significó la transformación de una institución asistencial a una educativa, profesionalizando sus servicios, incorporando educadoras de párvulos y convirtiendo a las funcionarias en auxiliares, para transformar los centros abiertos en jardines infantiles. Ayudar a los niños es una inversión social y un imperativo moral”, recordaba con orgullo.

Respondiendo a las aspiraciones de las mujeres pobladoras, creó también la Fundación de Promoción y Desarrollo de la Mujer, Prodemu, en apoyo a más de 200 mil mujeres, con el propósito de aportar, favorecer y posibilitar su inserción social mediante programas de formación e información.

Preocupada también por la realidad de la familia, impulsó, a través de la Fundación de la Familia, programas de recreación en el mundo popular, así como talleres de desarrollo personal, de expresión artística y orientación jurídica y social.

Aseguraba que haber ayudado a recuperar los valores que hicieron grande a Chile, como la austeridad, la honestidad, el esfuerzo y una forma de vida sólida en principios, le dio sentido a su vida.

Fueron tiempos de mucho simbolismo; el mundo contemplaba expectante la transición a la democracia de nuestro país, una de las más exitosas de Latinoamérica. A ello contribuyó Leonor Oyarzún.

Despedirla hoy no es fácil. Su vida fue larga, dándonos tiempo para disfrutar de su compañía y aprender de su ejemplo. Hemos sido muy afortunados. Los recuerdos son infinitos y para todos quienes la conocimos, es difícil imaginar la vida sin ella.

La despedimos con profunda gratitud. Gracias a la mujer que siempre estuvo al lado del presidente Patricio Aylwin. Gracias a la madre que entregó su amor incondicional. Gracias a la abuela sabia de 17 nietos. Gracias a la bisabuela cercana y cariñosa de numerosos bisnietos. Y gracias a la “mujer, como cualquier otra”, que buscó construir un Chile más justo y solidario.

Familia Aylwin Oyarzún